En 1991, Anthony Santos iba de oficina en oficina, con el cassette de su álbum La chupadera debajo del brazo, imagen de bachatero recién salido de Las Matas de Santa Cruz (Montecristi) y con la canción «Voy pa’llá» causando furor en las poquísimas emisoras que en ese entonces pautaban la bien llamada música «de amargue». Nadie le hacía caso.Las puertas se cerraban a sus espaldas, pero el cantante seguía rasgando la guitarra, practicando día y noche, mientras «Voy pa’llá» ganaba altura y preparaba el terreno para su próximo sencillo: «La passola». Estas dos bachatas empezaban a moldear un estilo que poco a poco afianzaba la figura de «El Bachatú», y acortó distancia cuando unas Chicas del Can renovadas grabaron, de esas bachatas, dos versiones en merengue que funcionaron tan bien como las ediciones originales.
Las vicisitudes que sorteó Anthony Santos en sus años de aprendizaje son el pan nuestro de cada día en la música, pero en su caso, analizando el panorama actual, las cosas adquieren dimensiones superlativas. En el 1987, el cantante era un mozalbete que tocaba la güira a las órdenes de Luis Vargas, que sí era el bachatero que idolatraban todos esos exponentes jóvenes del género.
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